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DE LETRAS. El escritor, 57 años, vive entre Madrid y Nueva York, donde da clases en la universidad.

DE LETRAS. El escritor, 57 años, vive entre Madrid y Nueva York, donde da clases en la universidad.

Un Príncipe del intelecto

07-08-2013

Por Elena Pita. Fotografía de Sergio Enríquez-Nistal.

Antonio Muñoz Molina es un falso miedoso, o un "valiente abstracto", como él prefiere. Verán, llega a la sede de Editorial Planeta a lomos de su bicicleta blanca, tocado de un discreto casco gris y un polo juvenil rayado en azul. Todos, personal de la casa y una misma, alabamos su audacia y valentía: atravesarse a pedales el tráfico infernal de esta ciudad arisca, chillona, apresurada, desde la Ciudad Jardín donde vive o veranea ("se veranea bien allí, sí") hasta este farragoso centro que es la plaza de Cibeles. Nos parece a todos, eso, una valentía.

Termina la entrevista, que es una lección de lucidez histórica, generosidad y compromiso con el bien común, y Muñoz Molina pretende que me crea que es un ser medroso hasta el límite de vivir, dice, "sumido en un miedo perpetuo a la autoridad, el grito y la violencia". Y sí, una vez que lo conozcan (o eso pretendo con esta entrevista), habrán de dar crédito a sus palabras. El ser humano y sus contradicciones.

Es difícil definir al escritor (Úbeda, Jaén, 1956), académico de la Real, dos veces Nacional de Narrativa y ahora Príncipe de Asturias, profesor de escritura creativa en la New York University: dos estaciones allí, dos aquí. ¿Intelectual? "No, no me gusta el término". ¿Militante de la ética? Tampoco. ¿Pensador independiente? Nada. "Soy uno que va a su aire, que no secunda bandos ni partidos. La realidad no es A o B: el sectarismo nos ha llevado a la ceguera. Soy un socialdemócrata que cree en la libertad, la igualdad y la justicia social".

Y en cuanto se le menciona el fallo del jurado, que le ha otorgado el Príncipe de Asturias al autor de "una obra que asume admirablemente la condición de intelectual comprometido con su tiempo", él ataja: "No, quiero creer que mi valor es literario; escribo ensayo, sí, pero desde la literatura". El último, 'Todo lo que era sólido' (Seix Barral), no ha dejado indiferente a sus miles de lectores: un ensayo imprescindible para navegar en estos tiempos turbios.

Falso medroso y falso tímido, disertador en tantas y tantas tribunas públicas, cuando a Muñoz Molina se le pregunta por su vida, baja el tono, baja la vista, y responde con una sonrisa nerviosa, a estas alturas.

P. ¿Cómo habríamos de rebelarnos?

R. Creo que hay ya bastantes y recientes indicios de rebelión cívica, como la extraordinaria que se ha organizado contra los desahucios y que ya ha dado sus frutos. Lo importante es que el exceso verbal que trae consigo toda rebelión se corresponda con objetivos prácticos, porque de lo contrario corren el peligro de desinflarse y dar lugar al desencanto. Y también los jueces se sienten más fortalecidos para encausar la corrupción, se informa más de los abusos, ya no pasan desapercibidos. La responsabilidad de lo que estaba ocurriendo es de todos, no solo del sistema capitalista.

P. Confundieron política con clientelismo, denuncia en Todo lo que era sólido, y se armaron de un lenguaje vacío para que la mentira parezca verdad y el crimen, respetable. ¿Quiere decir que nosotros somos responsables de habernos dejado engañar y adormecer?

R. Sí, y no digo nosotros en sentido abstracto. Ese nosotros son periodistas que no investigaron lo suficiente aquellos proyectos disparatados que se presentaban, como la Ciudad de la Cultura en Compostela, por ejemplo, ¿era factible?, ¿cuántos controles o estudios dejaron de hacerse? Y son los ciudadanos que han seguido votando a políticos corruptos, y los partidos que incluyeron en sus listas a personas encausadas. Evidentemente hay distintos grados de responsabilidad, desde los banqueros de las preferentes que deberían estar en la cárcel o el político que robó o endeudó su territorio hasta el ciudadano que vota a Fabra. Y no se puede generalizar, no todos los políticos son ladrones: hay que hacer un esfuerzo contra la pereza y estudiar cada caso.

P. Hemos sido víctimas del disparate, del crédito barato y de la corrupción política, de la nada sólida del ladrillo, ¿usted también?

R. Afortunadamente no en ese sentido material, porque no tengo grandes ambiciones, pero llevo denunciado este delirio desde 1992. Ahí empezó a tener importancia el espectáculo por encima de lo sólido; creer que hacer una Expo nos modernizaba, cuando lo que moderniza a un país son sus escuelas, institutos de investigación, comunicaciones racionales, sistema productivo. Y aquello creó un precedente: trabajar para lo excepcional en lugar de lo cotidiano. Y todo esto sucedía mientras nuestra primera preocupación era el terrorismo sangriento, y se creaban los narcisismos colectivos de la identidad, que distraían nuestra atención.

P. ¿Cuánto daño hace a este país el delirio identitario, la España de las autonomías siempre adolescentes?

R. Los que azuzan este delirio se blindan ante la opinión pública para esconder la realidad y seguir robando y cometiendo abusos. Los jueces investigan ahora la corrupción en CiU y la respuesta es: "Se está atacando a Cataluña". O pongamos el AVE: por ser parte de una comunidad, todos tenemos derecho al AVE porque no vamos a ser menos que los otros, y así te lo cuentan los políticos: "Yo se lo quitaré a Madrid para dároslo a vosotros". Un momento, pero, ¿se ha calculado cuánto cuesta esto?, ¿es rentable?

P. ¿Usted ve un futuro adulto en este país o estamos condenados a la pubertad eterna?

R. En España hay mucha gente que hace muchas cosas excepcionales. Pues vamos a fijarnos en lo que hacemos bien, aprender de ello e intentar corregir lo que hacemos mal. Me aburre el negativismo, ese espíritu noventayochista del esto no tiene remedio. Aquí se ha derrotado al terrorismo sin leyes de excepción ni penas de muerte y sin provocar una división social, como sí ha ocurrido en Irlanda, por ejemplo. Y esto lo han hecho nuestra policía y nuestros jueces, y se nos ha olvidado. Pensemos en el sistema nacional de trasplantes, que no existe en ningún otro lugar del mundo, o en el sistema penitenciario, frente al estadounidense, tan inhumano. O la aceptación pacífica del matrimonio homosexual, comparémosla con lo sucedido en Francia. Pero seguimos cargando con el sambenito de sociedad intolerante. La generación de nuestros padres, criada en una dictadura, ha hecho un cambio tremendo de mentalidad. Me gustaría preguntar a estos columnistas tan listos que se burlan de la Transición y el buenismo socialdemócrata si estarían dispuestos a renunciar a estas conquistas o si ellos no son socialdemócratas cuando van a un hospital público.

P. Usted, en cambio, se declara abiertamente socialdemócrata.

R. Sí, yo soy solo eso, estrictamente eso.

P. Su militancia ahora, dice, es solo ética, ¿es esto lo positivo que ha operado en usted la distancia de Nueva York? ¿Fue necesaria esa distancia?

R. No sé si llamarlo militancia: creo que se puede ejercer una acción política sin necesidad de estar con un partido; yo no tengo partido. Pero no es solo ética: un ciudadano debe intervenir políticamente.

P. Usted lo hace desde sus columnas.

R. Sí, pero hay muchas cosas que se pueden hacer bien y con responsabilidad para contribuir al bien común.

P. ¿Fue necesaria esa distancia para llegar a esta postura más neutral de la que antes proyectaba?

R. También uno madura, vaya a donde vaya. Pero insisto en que eso de militancia ética no me convence.

P. ¿Cómo lo definiría entonces?

R. No lo sé... Ir uno a su aire, ¿no? Por qué vamos a tener que secundar a los partidos o aceptar bandos. La representación de la realidad desde los medios es muy partidista y siempre me he negado a ella: la realidad no es A o B. El sectarismo político nos ha llevado a la ceguera.

P. ¿Será esa independencia ética la razón de su Príncipe de Asturias?

R. Yo quiero creer que es un valor literario lo que premian: yo soy un escritor, pero estamos viviendo una época muy grave y es muy importante contarlo. Mis ensayos o mis artículos, aunque tengan contenido político, están escritos desde la literatura. Este último, por ejemplo, está lleno de reflexiones literarias, sobre George Orwell principalmente, un señor independiente que lucha en el frente junto a los republicanos españoles en defensa de la libertad democrática y la justicia social, pero está tanto contra el fascismo como contra el comunismo.

P. ¿Se atrevería a establecer un paralelismo entre la asonada separatista de hoy y los prolegómenos de la Guerra Civil? ¿Entre este escenario de la gran banca y el mercado europeos y el de los años 30 previos a la II Guerra Mundial?

R. No hay que engañarse por supuestos paralelismos, son todos falsos, la Historia no es cíclica. Lo fundamental que ha ocurrido es que tras la Depresión del 29 se pusieron en marcha mecanismos de control financiero que funcionaron hasta los años 90, en que desaparecen por decisión de los republicanos estadounidenses. Y aquí, la derecha pasó de seguir el modelo europeo de los democristianos (conservadurismo y libre empresa, pero protección social), al de los republicanos americanos (desregulación total y repartirse los despojos de lo privatizado). Y esto no lo vimos, porque nos dedicamos a establecer paralelismos históricos con la derecha de la Guerra Civil, cuando este es ya otro país y otro mundo.

P. Esta no es una pregunta muy adecuada para un flamante premio Príncipe de Asturias pero, ¿funciona en este país la monarquía, es representativa?

R. La forma, el envoltorio de los regímenes, es una cosa completamente accidental. Los republicanos lo fueron porque Alfonso XIII había traicionado la Constitución en 1923, por tanto aquella monarquía ya no servía. Hay una serie de valores fundamentales que podemos llamar republicanos, que son la democracia, el imperio de la ley, el sentido de la igualdad, etcétera, que a veces funcionan maravillosamente en régimen de república y otras, por azar histórico, en monarquías; véanse las monarquías del norte de Europa. Aquí estamos viviendo el mayor periodo histórico de paz y progreso social y se ha producido una irrupción revolucionaria de la mujer, un hecho que ha pasado de impensable a imperceptible. Y resulta que por azar histórico hay un rey, que no ha interferido negativamente.

P. Y, ¿qué puede pasar a partir de ahora?

R. Depende de que se mantenga el consenso social, pero no me parece el momento de plantear un nuevo problema a no ser que miembros de la Familia Real sigan cometiendo disparates. Yo no soy monárquico, pero soy práctico, y no tengo ningún reparo en decir que el Príncipe de Asturias es una persona estupenda, un hombre templado, inteligente y preparado. Y por el bien de todos, su padre debería retirarse cuanto antes.

P. ¿Ve a lo que me refiero con la distancia? Le hacíamos a usted republicano antimonárquico.

R. ¿Sabes cuándo me di cuenta de que había madurado políticamente? Cuando en 1996 se concedió la nacionalidad española a unos veteranos brigadistas, publiqué un artículo titulado Mis compatriotas y recibí una carta muy bonita de Francisco Tomás y Valiente, uno de los constructores del sistema constitucional español, de familia republicana, diciéndome que le había gustado y quería quedar conmigo. No pudo ser, lo mataron de un tiro en la cara. Visité su capilla ardiente, muy impactado. Sobre su ataúd, la bandera española y la Constitución. Y pensé: "A este hombre lo han matado porque representaba una legalidad democrática en la que yo he crecido; la bandera que lo cubre no es la de Franco, sino la del sistema democrático". La acepté al margen de mis lealtades sentimentales republicanas, que son perfectamente legítimas.

P. Volviendo a Nueva York, ¿por qué elige un café como escritorio?

R. No me gusta levantarme y ponerme a trabajar en casa inmediatamente; me voy al café o a una de las bibliotecas públicas cercanas. Las bibliotecas siempre me han gustado y el café, fundado por una húngara, es de los pocos que no han sido tomados por Starbucks: ahí me concentro bien y es también donde quedo con la gente.

P. En ese cosmopolita maduro, ¿cuánto queda de aquel chico de Úbeda, más bien tímido o muy tímido, que leía embelesado a Julio Verne?

R. Soy el mismo; lo que me gusta y cómo me gusta sigue siendo lo mismo.

P. Algo de aquella timidez sí ha perdido, ¿no?

R. Mi timidez depende de las circunstancias, pero uno se hace mayor, para bien y para mal. Ahora soy más civilizado, claro.

P. ¿Cuánto tiene que ver su mujer, Elvira Lindo, en ese aparente cambio de talante?

R. Mucho que ver [voz muy bajita], claro que sí. Es la gran influencia de mi vida.

P. Dice que fue en la enseñanza pública donde se forjó su intelecto pero, ¿no fueron los jesuitas quienes convencieron a su padre para que le permitieran seguir estudiando?

R. No, fue un maestro seglar de la escuela de los jesuitas. Mientras que en el resto de España están asociados a la clase dominante, los jesuitas en Andalucía habían organizado las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia, donde educaban gratuitamente a la gente sin dinero: enseñaban primaria y formación profesional. Lo mío no fue excepcional, hay que verlo en el contexto de aquella generación. Hasta entonces, la costumbre era que los niños, a los 12 años, se iban al campo con sus padres, como yo me hubiera ido, o a un taller o lo que fuera. Pero estamos en el despegue de los años 60, España empieza a desarrollarse, empieza a haber becas, por ejemplo, y todo cambia muy deprisa.

P. De aquella escuela pasó al instituto. ¿Sus hijos [cuatro sumando el de su mujer] estudiaron también en la pública? ¿Qué opina hoy de nuestra pública?

R. Yo creo que como mínimo la escuela pública es igual o mejor que la privada, siempre, aunque luche en desigualdad de condiciones. Mis hijos en Granada estudiaron en las escuelas del padre Manjón, que eran aconfesionales y funcionaban como públicas. Luego todos fueron al instituto, claro.

P. Antonio, ¿ya no tiene miedo o a qué le teme aún?

R. Sigo siendo muy temeroso, en mi vida diaria cualquier cosa me asusta, la policía, un grito, todo. Vivo permanentemente asustado por la autoridad [risa].

P. Y, ¿de dónde ese miedo?

R. Será constitutivo: soy muy medroso. Y soy tan partidario de la no violencia, un interés personal porque no sirvo para enfrentarme, que cualquiera que sea arrogante, gritón o violento, me asusta.

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